Desde que mi hija empezó primaria, hemos ido viviendo un pequeño infierno cada tarde que se ha ido incrementando a medida que iba haciéndose más mayor, llegando a su punto culmen cuando empezó tercero de primaria. Ese infierno se resume en una sola palabra: deberes.

deberes

Sé que hay muchos padres que están a favor de que los niños realicen tareas escolares fuera de su horario y puede que incluso haya momentos en que haya comprendido su razonamiento, pero poco a poco me he ido desengañando de estas ideas hasta ser firme defensora de lo contrario.

El tema empezó poco a poco. Cuando llegaba del colegio, tras descansar un poco, se ponía a hacer los ejercicios en la cocina con mi supervisión y ayuda. Solían ser temas sencillos y básicamente se limitaba a completar lo dado en el colegio durante el día. Pero en tercero todo dio un giro demencial. Pasamos (y empleo el plural porque ha llegado a ser parte de las tareas familiares) de emplear media hora a pasarnos toda la tarde, llegando incluso a parar para cenar y tener que continuar después. Mi hija es una niña inteligente pero le cuesta bastante ponerse y se agobia cuando ve un gran volumen de ejercicios pendientes. Si a esto le unimos las actividades extraescolares, el tema llegaba a la locura casi cada tarde.

El año pasado, ya en cuarto, tomé la determinación de que no realizara ninguna actividad extraescolar y que de este modo, tuviera toda la tarde para los deberes y algún hueco para descansar. Parece que nos fue algo mejor, pero también tenía sus días malos. Como por ejemplo, en puentes y vacaciones invernales. Incluso en fines de semana normales, el tema de los deberes nos ha limitado mucho a la hora de viajar y aprovechar el tiempo libre porque la mochila tenía que ir por delante siempre. Eso la desquiciaba a ella y me desquiciaba a mí.

Además, la organización de profesorado dejaba en muchos casos, bastante que desear porque en ocasiones nos hemos encontrado con que tenía un examen el día siguiente y además, traía hasta 25 ejercicios de otras asignaturas.

¿De donde saco yo las fuerzas para obligarla a que se pase tardes enteras sin salir de su habitación cuando yo soy la primera que estoy en contra de algo así?

Cuando yo era pequeña apenas teníamos deberes. Quizás nuestra formación fuera peor que la de las nuevas generaciones pero eso no nos ha impedido tener un futuro y unos estudios superiores. Entiendo que ahora el nivel de competitividad es mayor y si a esto le unimos el bilingüismo (del que estoy totalmente a favor viendo los resultados en mi familia) hay que esforzarse más que en generaciones anteriores.

He leído bastante sobre este tema y en la mayoría de los estudios, no está demostrado que hacer deberes conlleve un mejor rendimiento escolar. Es más, he llegado a la conclusión de que, parte del temario, recae en la casa con la excusa de las tareas escolares, cosa que ni entiendo ni comparto.

Así pues, me declaro en contra de los deberes.

¿Me contais vuestra experiencia? ¿Deberes sí o no?