En esta nueva temporada, me apetecía compartir por aquí alguna de mis experiencias más personales, que, aunque este es un blog bastante personal, siempre tenía reticencias de compartir. Pero bueno, al fin y al cabo, es parte de mi vida, que no sólo son trapos y cremas.

Y si había un tema sobre el que llevaba tiempo con ganas de hablar, ese es el de la lactancia materna. Vaya por delante, que mi opinión y experiencia es sólo eso, la mía, y que no pretendo extrapolarla al resto del universo.

 

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No podía resistirme a poner esta foto

 

Cuando me quedé embarazada de mi hija mayor, tenía bastante claro que la lactancia materna no era para mí. Me hacía sentir incómoda pensar en ello así que mi idea inicial era ni siquiera intentarlo. Pero tras un parto tremendamente largo, que terminó en cesárea y con muchas ganas de coger a mi hija en brazos, cuando la enfermera me preguntó a las doce de la noche, cuando al fin pude coger a mi hija, si quería probar con el pecho, dije sí sin mucho pensar. Lo sorprendente es que sin problemas, el bebé empezó a comer sin más. Había leído tanto sobre complicaciones y dolores que me quedé perpleja. Pero lo malo estaba por llegar. Mi hija decidió que lo de comer no era para ella al mes de su nacimiento y comenzó mi suplicio. Evidentemente, hubiera dejado el pecho por el biberón sin problemas, pero tampoco de ese modo quería comer y al menos el pecho era más sencillo de tener preparado cuando, después de horas de llanto, decidía que lo que la ocurría es que tenía hambre. Pese a todo, duré con lactancia materna hasta los siete meses y el paso a otros alimentos fue tan malo como había sido el pecho. Pero de este tema ya os hablaré otro día.

Cuando me quedé embarazada de mi hijo, reconozco que tenía la espinita de disfrutar dando el pecho, pero también tenía claro que no volvería a pasar por lo que había pasado con la mayor. Como en el caso de ella, al nacer se cogió del pecho sin problemas, y aunque los primeros días en el hospital fueron complicados (él estaba ingresado en neonatos y yo tenía que bajar cada tres horas a darle de comer y cuando yo descansaba, le daban un biberón) cuando nos dieron el alta, ya en casa, la lactancia fue algo sencillo. Él tenía hambre y yo le cubría sus necesidades sin problemas. No hubo dolores, ni llantos ni cólicos. Puedo decir que fue perfecto y al fin entendí la satisfacción de dar el pecho. Estuvo con lactancia materna hasta los quince meses y lo recuerdo como los mejores momentos que pasé con mi bebé.

¿Defiendo la lactancia materna? Por supuesto. Pero siempre y cuando sea lo mejor para ambos. Confieso que si mi hija mayor hubiera tomado un biberón y dejado de llorar, sin pensarlo hubiera pasado a biberones con tal de poder descansar. Eso sí, me alegró mucho de haber sido cabezota cuando nació mi hijo pequeño y no haberme dejado llevar por la mala experiencia vivida, porque aún recuerdo esos ratos con mi bebé en brazos con gran nostalgia.

Por supuesto que la lactancia materna es lo mejor para el bebé, pero también tiene que ser bueno para la madre. Y también sé que muchas mujeres se dejan llevar por el cansancio de esos momentos y sobre todo, por los malos consejos de las mujeres de su alrededor (quién no ha oído aquello de “es que mi leche no lo alimenta”, frase que en la mayoría de los casos es probablemente falsa) para abandonar la lactancia materna. Nuestros hijos se van a criar sanos mamen o tomen biberón y se van a criar con todo el cariño del mundo en uno y otro caso.

Desde mi experiencia, recomiendo intentarlo. Superar los primeros días es lo más duro. Y termina siendo más cómodo tener la comida al alcance del cuerpo a las cuatro de la mañana, cuando el niño se despierta llorando, que tener que correr por el pasillo a preparar un biberón. Y también recomiendo que antes de abandonar, busques alguien con quien hablar (hay matronas en todos los centros de salud si quieres un profesional y yo me ofrezco voluntaria. Puedes enviarme un correo).

Si pese a todo, decides darle biberón, que sea tu decisión. Y sólo tuya.