Cuando era niña, quedaba con mi amiga Marta por las tardes. Y cada tarde, nos íbamos a la biblioteca municipal del distrito en el que vivíamos a devolver libros, coger libros nuevos o simplemente sentarnos en alguna de sus mesas y ojear libros enormes, llenos de fotos y dibujos. Así recuerdo mis tardes de preadolescencia. Por desgracia, esta biblioteca terminó cerrando y aún, cuando paso por su puerta (ahora es una ONG) siento que mi corazón se encoge un poco y me gustaría entrar y aspirar su olor a libros y sentirme en casa.

Siendo algo más mayor, con veinte años o por ahí, recuerdo el cosquilleo que me producía el pensar en comprar un libro nuevo y sumergirme en sus páginas. No pasábamos por una buena época personal, y el hecho de ahorrar dinero para comprar un libro suponía un esfuerzo (en detrimento de visitar la cafetería de la facultad, que tengo que confesar que casi ni conocí). Mi dinero extra iba a las novelas de Jane Austen, por la que sentía devoción (que aún conservo) en aquel momento de mi vida. Había una librería en el centro de Alcalá de Henares, llamada Diógenes, que por fortuna, al contrario que ocurre con la biblioteca, sí sigue existiendo, y que suponía para mí esa entrada a la magia que sentía siendo niña. Así que, cuando al fin tenía en mi bolsillo el dinero para comprar un nuevo libro, lo convertía en un ritual de paseos por sus estanterías hasta el momento de pagarlo, ver como el dependiente lo metía en la bolsa y apenas esperar a salir de allí para sacarlo de la bolsa y comenzar a hojearlo.

Bibliotecas, librerías… son mis lugares felices. Si me dicen “cierra los ojos, concéntrate y piensa un lugar donde te sientas feliz”, pienso en una librería.

Porque yo, que adoro viajar, no encuentro viaje más sencillo y económico que abrir las páginas de un libro y sumergirme en su historia.

P.D. Dedico este post a TeresaLunares. El otro día en su Instagram, ella contaba que cuando se imagina siendo rica, no se imagina teniendo un vestidor, sino una librería gigante en su casa. Esa frase me hizo recordar mis días de biblioteca. Gracias Teresa, por la inspiración.