Adelantando unas semanas la fecha oficial de los buenos propósitos, a mediados de agosto decidimos que ya era hora de ejercitarnos un poco y apuntarnos a un gimnasio. El tema era encontrar un lugar donde, tanto mi marido como yo pudiéramos hacer algo de ejercicio. Yo, por mis horarios, tengo más sencillo ir por la mañana e incluso podría salir a correr, pero sus horarios son mucho más complicados y, aunque había intentado ir al gimnasio antes de entrar a trabajar, al final la pereza era más fuerte que las ganas de ponerse en forma.

El tema era que, para podernos apuntar los dos al gimnasio, teníamos que encontrar una opción que nos permitiera incluir a los niños en la ecuación. Porque apuntarnos ambos y turnarnos para ir no era muy realista y sabíamos que sería pagar para nada. Así que, cuando nos hablaron de un gimnasio que había abierto hacía relativamente poco en un centro comercial y que tenía todo tipo de opciones familiares, fuimos a informarnos.

El gimnasio en cuestión cuenta con una zona infantil en la que los niños pueden quedarse jugando, al cuidado de una serie de monitores (la cantidad varía según el número de niños que haya en ese momento). En esta zona hay un parque de bolas, ordenadores e incluso consolas. De hecho, mientras el monitor nos informaba a nosotros, mi hijo pequeño se quedó allí y cuando le dijimos que teníamos que irnos, se puso a llorar porque quería seguir jugando allí. Además, entre sus instalaciones, cuenta con una piscina con una calle familiar, reservadas para niños y papás y con varias actividades para niños, como zumba o karate. Incluso organizan cines los fines de semana y clases de natación para  niños.

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Así que, desde hace ya tres meses, procuramos ir sobre tres veces por semana. El planning es el siguiente:  cuando mi marido llega de trabajar, nosotros ya le esperamos listos para irnos. Al llegar al gimnasio, mis hijos se quedan en la zona infantil mientras nosotros hacemos algo de ejercicio. Cuando terminamos, nos ponemos los cuatro el bañador y nos vamos a la piscina. Uno de la pareja se queda con los niños, mientras el otro se va un poco al spa (sí, también tiene spa, pero está prohibido que los niños entren) y luego nos turnamos. Después mi hijo y mi marido se van a las duchas masculinas y mi hija y yo a la de mujeres. Nos duchamos, nos vestimos y nos vamos a casa a cenar.

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Por el momento está funcionando muy bien. Yo, que nunca había hecho ejercicio en un gimnasio, estoy encantada con la experiencia. Mis hijos se quedan felices en la sala de juegos con el aliciente de que, pasado un rato, iremos todos a la piscina. Además, al ducharnos todos allí, ahorramos agua en casa.

Otra ventaja es que los niños menores de 12 años no pagan, por lo que, aunque se trata de un gimnasio algo más caro de la media, al final se amortiza de sobra.

Así pues, ya no hay excusa para hacer ejercicio si se tienen hijos.

Nota: en nuestro caso, el gimnasio pertenece a la cadena virgin active pero espero que esta iniciativa se extienda a más cadenas de gimnasios. Para las familias resulta mucho más sencillo.

Post no patrocinado. Ya sabéis, compartir es amar.

Fotos: Virgin active